Por Alejandro Bustos Doussang, trabajador social, prevención y promoción del Programa de Género y Equidad UTEM.
Cada 28 de junio se conmemora el Día del Orgullo LGBTIQ+, con el fin de traer a nuestra memoria los disturbios ocurridos en 1969, en un local nocturno de Nueva York llamado Stonewall Inn.
Hoy, muchas expresiones de discriminación y violencia se continúan dirigiendo hacia la población LGBTIQ+. Comúnmente estas manifestaciones se agrupan en un fenómeno denominado homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia. Estos términos hacen referencia al ejercicio de acciones y/o conductas negativas contrarias a la dignidad de las personas pertenecientes a la diversidad género sexual.
Estos términos se centran en la patologización de las personas que ejercen este tipo de discriminación, más que en la sociedad, lo cual supone un gran error, pues es importante recordar que la violencia de género es una cuestión estructural social y cultural.
Para la diversidad de género y sexual, la heterosexualidad no es sólo una orientación sexual, sino un régimen que ha naturalizado una forma de ser no neutral y todo aquello que no esté dentro de esta norma es considerado raro, ofensivo o fuera de lugar.
Frente a ello, la sociedad crece con matices limitados, castrando la posibilidad de que, principalmente, las niñeces crezcan con referencias diversas. Así se va gestando una cultura patriarcal y heteronormativa que produce y reproduce acciones de odio hacia la diversidad de género y sexual.
La importancia de centrar el fenómeno de la homofobia, lesbofobia, bifobia y transfobia en la cultura, trae consigo la interpelación social y las posibilidades de cambio de ésta, pudiéndose, desde una política pública robusta, más un cambio de mirada cultural, generar acciones de socioeducación que permitan la sensibilización, naturalización y respeto de las diversas formas de ser, sentir y principalmente existir.
Es importante recordar que respetar la diversidad sexual y de género es respetar los derechos humanos.